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Me levanté casi sin ganas de enfrentar el portugues nuestro de cada día, estaba triste. Arranqué como a las 12, fui a la biblioteca municipal (estaba al lado del hotel), que además de internet gratis me prestó el libro Teresa Batista cansada de guerra en protugues.
Como mi cuerpo pedía comida y sanguchitos ya no era un opción posible (dos días el mismo menú no me entusiasmaba), salí a la búsqueda del primer lanchonete, dí vueltas y mas vueltas, no me animaba a entrar en ningún lado. Por fin encaré un bar. Con mi mejor sonrisa, pregunté: Eu posso comer? a lo que el mozo respondió: Que? Por suerte apareció un angel que le puso muy buena onda a mi escaso portuñol. Entre idas y vueltas pedí una x-salada (hamburguesa completa). Cuando terminé de deglutirla, acompañada de una coca cola, el ángel en cuestión me regaló una manzana en su envase original (papel violeta). Me hacía tanta falta una fruta, que lo viví como una caricia, como un respiro, una renovada confianza en la humanidad.
Luego, al caminar por la playa, pensaba, si en Baires en un bar de mala muerte un señor panzón y sin dientes (canoso, de ojos claros y pelo largo) me regala una manzana seguramente lo ignore o deje su obsequio en el primer tacho. Hay ocasiones en que los detalles dejan de serlo y pasan a ser grandes cosas.

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